Después de algún tiempo con heladas nocturnas, por fin subieron algo las temperaturas. Lo que ha hecho posible que la tierra se ablande, eso sí, no del todo, y pueda sembrar los ajos y cebolla. Antes de nada estamos pendientes de la luna. Ya que los ajos y cebollas son bulbos, hay que procurar que la luna esté en fase menguante cuando los sembremos.
Recordamos que en noviembre ya habíamos extendido los abonos necesarios para estos bulbos. Y ya tenemos los bulbillos de cebolla comprados en la tienda y los dientes de ajo recogidos de los ajos del año pasado. En lo que se refiere a los dientes de ajos para sembrar, recogeremos los dientes exteriores de cada cabeza de ajo que son los que enterraremos. En el terreno formamos dos montículos para los ajos y para los bulbillos de las cebollas, para lo que movemos la tierra con una horca e igualamos.
Claramente se distingue la diferencia entre los ajos. Los dientes de ajo de la izquierda son ajos rosas y los de la izquierda son ajos blancos. Los primeros se conservan mejor que los segundos. Al parecer el año pasado se mezclaron las dos especies.
Ya en el terreno he hundido los bulbillos de cebolla a unos 2 cm de profundidad y a una distancia de 20 cm entre bulbillos, ya que meses después ocupan más espacio que los ajos.
Me ayudo de un metro de carpintero para las distancias.
Los dientes de ajo los voy hundiendo de la misma manera que hice con los bulbillos de cebolla, sobre los dos montículos de tierra que se han creado al hacer un surco. Los doy una distancia de 15 cm ya que no engordan tanto como la cebolla. Esta loma de tierra es para que el agua discurra hacia abajo para evitar el encharcamiento.
Ambos bulbos aprecian el sol, lo que tenemos en cuenta cuando los sembramos. Para terminar, tapamos los hoyos con tierra y presionamos levemente con la mano. Meses después asomaran los primeros brotes.
Otro trabajo que se puede hacer es podar los arboles o frutales, sobre todo sus ramas más altas.
A punto de finalizar el año propongo algún trabajo que podemos ir adelantando, siempre que el tiempo nos lo permita. Consiste en ir quitando las hierbas que estorban a nuestro cultivo con la ayuda de una horca e ir acumulándolas en un lugar apartado para que el agua, el frío y el sol las descomponga. Así también haremos con los desperdicios de verduras de la cocina.
Por otro lado tenemos que preparar el pequeño invernadero que compramos hace tiempo, para que nuestras plantas crezcan en su interior desde su germinación en óptimas condiciones. Este invernadero estará ocupado por las plantitas hasta su trasplante, allá por el mes de mayo o junio, en esta zona de montaña. Este año se me ocurrió ponerlo en el sentido horizontal sobre una mesa, para que la superficie expuesta directamente a la luz sea cuatro veces más.
Hay que recordar que el sol ya empieza a ganar terreno, y los días se alargan un poco más cada día. Así empezamos con nuestras labores de cultivo.
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